El cansancio que no se ve, pero pesa
No todo agotamiento tiene una causa obvia.
A veces me pasa algo raro…
Salgo con mi gente, comparto, me río, me la paso bien… y cuando llego a casa, estoy explotao’. Vacío. Como si hubiese corrido una maratón mental sin darme cuenta.
No es que algo salió mal. No es que no quiera a los míos (Que no son tantísimos). No es que haya pasado una tragedia. Pero hay una carga invisible. Un cansancio que no se nota, pero pesa. Y lo curioso es que en días así, mi mente empieza a cuestionarse:
“¿Por qué me siento así si no pasó nada malo?”
“¿Será que soy muy sensible?”
“¿Estoy siendo ingrato por no tener energía después de algo bueno?”
Con el tiempo entendí que no estoy solo. Y que ese estado, ese drenaje, tiene causas más profundas.
No todo agotamiento tiene una causa obvia.
Vivimos en un mundo que espera explicaciones para todo. Si dices que estás cansao’, te preguntan qué hiciste. Si no tienes ganas de salir, te preguntan qué te pasó. Pero nadie nos enseña a validar lo que sentimos cuando no hay una razón específica pa’ no sentirnos al 100%. .
Hay un tipo de cansancio que se va acumulando sin que lo veamos venir: las pequeñas decisiones durante el día, las interacciones sin sentido, las notificaciones constantes, las pequeñas tensiones, el tener que responder con una sonrisa, aunque estés vacío por dentro. Y eso drena. Drena como un “liqueo” silencioso. Drena, aunque todo “esté bien”.
No es debilidad. Es cómo estamos hechos.
Si eres introvertido, probablemente lo sientes con más intensidad. No porque seas asocial. No porque no disfrutes compartir. Sino porque tu cerebro procesa las interacciones sociales de manera distinta. No es cuento. Hay estudios que lo respaldan: las personas introvertidas experimentamos mayor activación ante ciertos estímulos, lo que nos lleva a agotarnos más rápido en ambientes sociales, incluso si los disfrutamos.
Así que, si te pasa, no te sientas culpable. Y si no te pasa, pero conoces a alguien que lo vive así, no lo tomes personal.
No se trata de cambiar cómo somos.
Se trata de aprender a convivir con esto; de darnos permiso para pausar cuando el cuerpo lo pide, aunque la cabeza no lo entienda del todo.
Algo que no ayuda para este asunto es que nos programaron para funcionar sin descanso.
Desde pequeños, la mayoría de nosotros creció en una cultura que glorifica la productividad y ve el descanso como un premio… o peor aún, como una debilidad. Nos aplauden cuando madrugamos, cuando trabajamos horas extra, cuando siempre decimos que sí. Pero nadie celebra cuando alguien dice: “necesito parar”. Nadie enseña que recargar también es avanzar. Y así, terminamos agotados, desconectados de lo que sentimos, obligándonos a reír mientras nuestra batería interna parpadea en rojo.
En esta vuelta estuve mucho tiempo, estuve hasta…
…El día que me desconecté, no pasó nada… y eso lo cambió todo.
Recuerdo un día que ya no podía más. Todo me molestaba. Cada mensaje, cada reunión, cada interacción. Sentía que, si no me cogía un break, iba a explotar. Apagué el celular. Cancelé lo que tenía. Me tiré en la cama. Y por primera vez en mucho tiempo, me desconecté sin culpa. ¿Y sabes qué pasó?
Nada…
El mundo siguió. Nadie se molestó. El planeta no dejó de girar porque yo me tomara un día. Y eso me abrió los ojos: vivimos creyendo que el personaje principal de todas las historia, que somos indispensables, que no podemos parar, que, si no estamos pendientes de todo, algo se va a romper. Pero a veces, lo único que se rompe es uno mismo… por no parar a tiempo.
¿Qué te quiero decir con esto?
No necesitas permiso para cuidarte.
Este es el mensaje que más me ha costado aprender, pero que más repito hoy: no necesitas permiso para cuidar tu energía. Cuando la vida aprieta, cuando la mente se siente saturada, cuando tu cuerpo grita “¡ya basta!”... no esperes que alguien te de luz verde.
No esperes que tu jefe te lo sugiera. Ni que tu pareja lo entienda. Ni que tus amigos lo validen. Cógete el break. Apaga el teléfono. Di que no. Vete temprano. Cierra el chat. Haz lo que tengas que hacer para recargar, aunque desde afuera no se vea necesario. Porque al final del día, quien vive con ese agotamiento eres tú. Y nadie más puede recargarte si tú no te das el permiso.
Así que si hoy estás en línea fina entre “estoy bien” y “no puedo más”, te dejo esto:
No todo cansancio tiene que explicarse. No todo descanso tiene que justificarse. Y no todo lo que te drena es visible para los demás.
Tu cuerpo lo sabe. Tu mente lo pide. Tu energía te lo recuerda.
Escúchate…
Héctor
Psicólogo, introvertido, y defensor del descanso sin permiso