No gastes tu mejor energía en estupideces

La fortaleza no es aguantar siempre. Es saber cuándo parar.

Hay días que no es que estemos mal… es que estamos drenados de tanto malgastar energía en cosas que no importan. Y lo peor es que no siempre lo notamos.

Hasta que el cuerpo grita…

Hasta que la mente se apaga...

Hasta que te descubres pensando “¿cómo carajo llegué a este nivel de cansancio si no hice nada tan grave?”

Spoiler:

Hiciste de todo…
Solo que mucho de eso no te tocaba, no era urgente, no merecía tu atención o simplemente no era el momento.

Por eso esta semana hablamos de energía. Pero no en el cliché de “cuida tu energía y haz yoga”. Hablamos del tipo de energía que mantiene tu productividad, que protege tu cabeza y que, bien manejada, te devuelve horas de vida.

1. Organízate según tu batería, no tu ego

Lo primero es dejar de medir tu valor por cuántas cosas haces. La productividad real no es cantidad, es eficiencia, es manejo inteligente y estratégico de energía.

Te propongo un sistema simple: divide tus tareas según la dificultad.
Asócialas con colores, verde para lo fácil, amarillo para lo moderado, rojo para lo pesado; y usa esa guía para balancear tu día.

No pongas tres tareas rojas juntas.

No pongas una verde cuando sabes que estás inspirado para una amarilla.

El truco no es hacerlo todo. Es que lo que hagas, lo hagas mejor.
Y para eso, tienes que conocer cómo funciona tu batería.

2. Encuentra tu ojo del huracán

En un día caótico, tú necesitas un momento que te recuerde que el mundo no se va a caer si respiras.

Ese momento existe. Es el ojo del huracán.
No es místico. No requiere velas. Solo tienes que buscar 5 minutos entre una reunión y otra para hacer nada.

Cero celular.

Cero productividad.

Cero culpa.

Porque hacer nada también es hacer algo.

Es recargar.

Y ese mini-break, si lo haces con intención, puede darte más enfoque que un shot de espresso.

3. La reunión pudo haber sido un voice o un email

Ahora, hablemos claro:

¿Cuál es la obsesión con reuniones eternas?

La mayoría son 30 minutos de información y 30 de ego. Gente hablando para escucharse, no para resolver. Gente alargando el punto porque no saben decir “eso está bien, próximo”.

Si tú coordinas la reunión, acórtala.

Llega con agenda.

Marca el tiempo.
Y si no la coordinas, sugiere tú mismo el cambio. Hasta puedes ofrecerte para ser el “time keeper”. Que vean que no estás en guerra, solo quieres eficiencia.

Porque cada minuto innecesario en Zoom es una gota menos en tu tanque.

4. Ser fuerte todo el tiempo también rompe

Hay otra fuente invisible de agotamiento: tener que ser el fuerte del grupo.

Resolver. Escuchar. Aguantar. Y encima, sonreír.
Hasta que te das cuenta de que llevas semanas sin decir cómo tú estás.
Hasta que no puedes más, pero sientes que no puedes decirlo.

La fortaleza no es aguantar siempre. Es saber cuándo parar.
Es darte permiso de flaquear sin culpa, y rodearte de gente que no te castigue por eso.
Si alguien solo te quiere cuando estás fuerte, no te quiere:

Te necesita funcional.

Eso no es amor ni respeto.

Es oportunismo.

5. Lo que no se dice, se pudre

Por último: no embotelles tus sentimientos. No te tragues lo que duele.
Porque, aunque creas que lo tienes controlado, lo que no expresas se filtra en tu cuerpo: en forma de ansiedad, insomnio, dolores, agotamiento inexplicable.

Tu historia vale, aunque no sea “tan grave”.
Tu enojo, tu tristeza, tu miedo… todo eso tiene espacio.
Y no necesitas que nadie te dé permiso para sentir.

En resumen:

  • Organiza tu día con base en tu energía, no en tu ego.

  • Encuentra tu ojo del huracán: un ratito para hacer nada.

  • Recorta reuniones, mejora conversaciones.

  • Deja de cargar con todo. Ser fuerte también cansa.

  • Y por favor, no te calles lo que necesitas decir.

Porque si no proteges tu energía, nadie lo va a hacer por ti.

Héctor
Psicólogo, introvertido, y defensor del descanso sin permiso

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